Reencuentro sin barrotes

23/11/2010 por

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Reencuentro sin barrotes

El ex diputado Avelino Pérez y el allerano Juan Manuel Moro, víctimas del franquismo, se vuelven a ver 50 años después de compartir prisión y de una espectacular fuga

Juan Manuel Moro -izquierda- y Avelino Pérez miran fotografías antiguas en Riaño.

Juan Manuel Moro -izquierda- y Avelino Pérez miran fotografías antiguas en Riaño.  fernando rodríguez

Langreo,

Miguel Á. GUTIÉRREZ

La penúltima vez que el ex diputado socialista langreano Avelino Pérez vio al allerano Juan Manuel Moro fue en el verano de 1961, en la cárcel de Oviedo, donde los dos estaban recluidos por sus ideas políticas. La última, por el momento, ha sido en casa del propio Pérez. El reencuentro, hecho posible gracias a la mediación de la agrupación socialista de Gijón, sirvió para ponerse al día. Durante casi 50 años cada uno daba al otro por muerto, a pesar de que, sin saberlo, residieron durante más de una década en la misma ciudad en el exilio, Toulouse. Avelino Pérez no pudo esperar a los postres para plantear la pregunta que le viene reconcomiendo desde que tuvo noticias de Moro y habló por teléfono con él para concertar la reunión: «¿Cómo hiciste para fugarte de la cárcel?».

Juan Manuel Moro nació, en el seno de una familia con profundas convicciones de izquierdas y diez hijos que alimentar. De joven trabajó como minero, pero pronto tuvo que emigrar a Francia en busca de un futuro mejor. Allí se empleó como albañil y obtuvo una experiencia en el sector de la construcción clave en su etapa en prisión. Cuando podía, regresaba a Asturias para ver a la familia. A finales de la década de los cincuenta, su hermano Ovidio participó en una huelga en el pozo San Jorge junto a varios compañeros. Las autoridades franquistas tiraron del hilo y consideraron a Juan Manuel el autor intelectual de la movilización. «No sé. Como vivía en Francia e iba y venía pensaban que traía ideas subversivas. El caso es que me cogieron», relata Moro.

Era junio de 1961 y en aquella época, como en la actualidad, había pocos coches con matrícula francesa que pasaran por Moreda, así que el arresto no fue difícil. «Me acusaron de conspiración contra el Estado, por lo que fui juzgado por un Tribunal Militar. Mientras se instruía el proceso, me llevaron a la cárcel de Oviedo», rememora este allerano. Allí conoció a Avelino Pérez, que había sido arrestado cuando trataba de pasar a Francia para recibir formación sindical en el país vecino.

En los tres meses que compartieron en prisión trabaron gran amistad. «En la cárcel había un sentimiento profundamente solidario, repartíamos lo poco que había. Los veteranos miraban por lo recién llegados», explica Pérez. Las charlas ideológicas -«estábamos en plena guerra fría», apostilla Pérez- consumían buena parte del tiempo en prisión, junto a los paseos por el patio o la lectura. «Había que matar el tiempo, pero los libros que te daban eran como eran. El que controlaba las lecturas era el capellán de la cárcel», apunta Moro.

A finales de 1961, Moro fue condenado a seis años de cárcel por un consejo de guerra y su hermano Ovidio, a tres. El 6 de enero ingresó en el penal de Cáceres y su regalo de Reyes no tardó en llegar. Fue destinado a los sótanos a cortar leña, una dependencia situada en el centro neurálgico de la prisión. «Por lo que conocía de construcción sabía que el colector general no podía estar lejos. Sólo tenía que probar si podía llegar hasta donde estaba y si el espesor de la capa no era muy profundo», relata.

Después de algunos intentos materializados en agujeros que Moro se ocupaba de volver a rellenar convenientemente, el prisionero de Moreda dio con el colector: «Había una capa de unos 40 centímetros de profundidad hasta la alcantarilla, de una mezcla de cal y cemento que salía bastante bien. Tardé una semana en hacer el furacu, muy estrecho, y la bóveda del colector cedió con facilidad porque estaba muy desgastada». Los escombros quedaron ocultos entre la lena y una baldosa ocultó el agujero hasta el momento de la partida.

Moro no le dijo a nadie que se iba, ni siquiera a su propio hermano: «Él estaba destinado al economato y no había podido venir conmigo. Además, era mejor que nadie lo supiera por si después los interrogaban y sufrían represalias». El allerano se fugó un 24 de junio de 1962, justo un año después de su detención. Se fue a las cinco de la tarde, y hasta el recuento de las siete y media nadie advirtió su ausencia. La huida sorprendió a todos, excepto a uno de los jefes de servicio de la prisión: «Claro, como es minero», dedujo el funcionario, según llegó a oídos de Moro años después.

En una peripecia digna del mejor guión de Hollywood, Moro, tras pasar «como una anguila» por el agujero y llegar al colector, caminó un trecho hasta que salió al exterior en una zona donde había una rejilla: «Estaba todo podre. Cayó con una patada», indica. Sin embargo, lo más difícil estaba por venir. Había que llegar a la frontera francesa y atravesarla. «Cómo lo hice es secreto. Sólo puedo decir que viajé por carretera y en tren y que tardé dos días en llegar a la frontera. Pasé como un turista más por la zona del Bidasoa».

Moro se instaló en Toulouse y regresó definitivamente a España en 1985 para asentarse en Galicia, donde reside en la actualidad. Resuelta la duda de la fuga, a Avelino Pérez le surge otra.

-«¿Oye Moro, y no te casaste por allá con alguna francesa?»

-Un revolucionario no puede casarse. Se debe al pueblo.

 

http://www.lne.es/cuencas/2010/11/23/reencuentro-barrotes/998069.html

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